Que vienen los influencers

Estar en Facebook ya no es “moderno”. Suena a viejuno, a pasado. Si te tienes que abrir una cuenta, Instagram es lo que domina. O no. Porque Tik-Tok (la red social de los bailecitos) arrasa entre jóvenes y entre no tan jóvenes. Ahí tenemos a artistas, deportistas y demás rostros famosos abriéndose hueco también. ¿Y un canal en Youtube? No parece que sea ya lo más cool para conectar con la chavalada. Los youtubers empiezan a oler a treintañero millonario que sigue vistiendo como un crío de instituto. Ahora, el streaming (la emisión en directo por internet), se juega en Twich. Sí, el YouTube de Amazon.

Pero tampoco pierdas el tiempo en aprenderte todos estos nombres… ni en abrirte perfiles. Posiblemente, cuando quieras cogerle el gusto, ya habrá salido otra red social de nombre ininteligible para estar a la moda. Y será prácticamente igual que la que se haya quedado anticuada. Porque cuando Facebook nos parecía lo más top del momento, los portales de chats se percibían como algo de otra época… Quizá habían pasado menos de 5 años.

Este es el universo de los conocidos como influencers; personajes con gran notoriedad (seguidos por muchos y con cantidad de interacciones) en una o varias plataformas digitales. A la mayoría les gusta llamarse “creadores de contenido” porque el término influencer comienza a desprender un tufillo que a algunos les incomoda. Los hay de mucho talento. También los hay guapos. Los hay que aportan. Los hay que plagian. De todo. Nada que no sepa ya.

Los influencers llegaron, se asentaron y todo convive. Permiten a marcas alcanzar, quizá a públicos más concretos, pero del mismo modo son fruto de la fugacidad del universo en el que habitan

Y con los influencers y sus redes parecía que llegaba un tsunami que arrasaría con medios tradicionales como la televisión o la radio. Que la verdadera influencia estaría ahí. Que dejarías de comprar la pasta que te recomienda Karlos Arguiñano para irte corriendo a una web random para pillar la sudadera que te publicita un chaval de 19 años en Instagram; con un código promocional, claro.

Pero no. Los influencers llegaron, se asentaron y todo convive. Permiten a marcas alcanzar, quizá a público más concretos, pero del mismo modo son fruto de la fugacidad del universo en el que habitan. Como estrellas fugaces cuya luz tampoco es cuantificable. El like en una foto como medida de retorno de mi inversión publicitaria tiene ciertas lagunillas.

Los influencers saben de lo útil que es ser influyente en un determinado tipo de público, pero se han dado cuenta también de lo importante que es serlo en el público en general; en el medio y largo plazo. Que está muy bien que en tus fotos de Instagram tengas 100.000 likes, pero está mejor que te paren por la calle porque te conocen.

Y así, los influencers, tan nativos ellos de internet, no rehúsan ya ni una oportunidad de aparecer en el prime time televisivo, de concursar en programas, de colaborar en televisión, en radio… porque resulta que estos “medios tradicionales” supieron adaptarse tan bien a la revolución de internet que ahora son auténticos cañones digitales.

Así que resulta que hoy, como hace 30 años, el tipo que te habla por la mañana en la radio o al que ves en la televisión mientras cenas en familia sigue siendo el mejor influencer. Y es que, aunque todo cambie -cada vez más rápido-, hay cosas que siempre permanecen.